Vivimos en un
país donde los gobernantes no tienen noción de estrategias socios - económicas
que lleven a la población, que los votó, y que les paga sus salarios atravéz de
los impuestos, hacia un desarrollo sostenido y digno.
Vivimos en un
país donde la premisa es la improvisación, el lucro personal fácil, aunque,
para conseguirlo, hay que someterse a la humillación de ser “el chupamedias”
del jefe o “caudillo” inmediato. Un país, donde lo más importante no es,
exactamente, la honestidad, “aprovechar la oportunidades” es cosa de gente
inteligente, aunque eso signifique que tus hijos no tendrán escuela, pues el
rubro que correspondía a una escuela fue a parar a los bolsillos de un/una,
planillero o planillera. No hace mucho, en plena época de campañas
proselitistas, en el Norte de la República del Paraguay, muchas gentes hicieron
una manifestación defendiendo su derecho “a seguir teniendo ese sueldito
(algunos cobran hasta 5.000.000 de guaraníes), sin trabajar. Oficinas públicas
están repletas de gente sin ninguna formación para ocupar el cargo, sus
salarios son altísimos (en relación al que trabaja y produce de verdad), no
hacen otra cosa que hablar de fútbol, moda
o cualquier otro chisme (del barrio, casa u oficina), muchísimos de
ellos tienen privilegios que la población común no la tiene, ni la puede soñar,
sus únicos méritos fueron la de haber “trabajado” por tal o cual candidato, en
época de votaciones o proselitismos.
Más que nunca
está vigente la canción CAMBALACHE, estamos en los tiempos en el HONESTO es un
tonto, un inútil; mientras que el oportunista es el inteligente, el gran señor,
el que se da el derecho de burlarse de la gente.
Los componentes
del gobierno paraguayo, (Ministros, Parlamentarios y todos los otros de alto
rango, incluida la justicia, en realidad el más prostituido de todos los
poderes del Estado) son los empleados más deshonestos, incapaces e
improductivos que existen: Ganan altos salarios, hacen de los fondos públicos
un botín de guerra, así como de las instituciones públicas (que en realidad son
una fábrica de problemas, para “vender soluciones”).
En la República
del Paraguay hemos llegado al colmo de que “un grupo de privilegiados” han
creado y sostienen un ejército paramilitarizado de mercenarios, a los fines de
“criminalizar las luchas sociales” para que los terratenientes sigan “gozando
de sus bienes mal habidos” y sigan enriqueciéndose a costa de la migración
(interna y externa) de campesinos, dueños de pequeñas parcelas de tierra, que
estorban la expansión sostenida e imparable de la mafia sojera y la
desertificación de las grandes extensiones de bosques nativos, con lo cual
también secaron los nacientes de arroyos y varios humedales. Y la prensa pone a
grandes títulos que gentes como Tranquilo Favero, son grandes pioneros de la
“macro –economía” paraguaya. El gobierno paraguayo nunca divulgó la cifra
correcta, por ejemplo, del montante total de las remesas de los migrantes en el
extranjero (que es el dinero más limpio y útil de todas las que se puede
mencionar) y su preponderante función de movilizar el mercado interno del
pequeño comercio, de generar fuentes de empleos y de ayudar al gobierno a que
no haya tana gente en la franja de pobreza absoluta.
Muchos
migrantes, a su vuelta a casa, abren una pequeña (o mediana) empresa, pagan
impuestos y emplean a sus vecinos, amigos y parientes (cosa absolutamente
legal) quienes, dicho sea de paso, dejan de ser “desempleados” para comenzar a
tener un salario y, con eso, un poder adquisitivo que antes no tenían y que el
gobierno era incapaz de darles.
Vivimos en un
país del revés y la única salida es la “reestructuración total del sistema
educativo” allí está la clave y el arma de la verdadera revolución. Para
construir el Paraguay que soñamos, no necesitamos “matar a la gente”,
necesitamos “educarlo” para matar su ignorancia y su alta de “criterio”, la
prioridad absoluta debe ser “reaprender los valores” (los verdaderos)
ciudadanos y humanos, no necesariamente en ese orden. Necesitamos de nuevos
ciudadanos que piensen como seres humanos, que se amen a sí mismos y que sean
conscientes de que sus actos ciudadanos repercuten en la sociedad, como un
todo.
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