¿Por qué nos
amargamos la vida? Porque hemos trastocado nuestra forma de ver, amar y usar
las cosas y nuestros prójimos. Nos hemos acostumbrados a “delegar” nuestras
responsabilidades, hay que recordar aquel viejo adagio que sabiamente reza: Si
quieres algo bien hecho, hazlo tú mismo.
En este menester,
nuestra prioridad siempre debe ser nuestra felicidad. Debemos ser conscientes
de que nuestra felicidad depende de nosotros mismos y de nadie más, si bien es
cierto que “la compañía de alguien” puede proporcionarnos la felicidad que
buscamos, no debemos nunca “delegar” esa responsabilidad en otra persona. Porque
para que ésa persona “nos haga feliz” debe conocernos profundamente, de otro
modo va a ser imposible que sepa lo que nos hace feliz. (Por eso el verdadero,
y único, responsable de tu felicidad eres tú mismo, nadie te conoce mejor que
tú mismo)
Talvéz lo que
diga aquí parezca egoísta, pero no deja de ser una teoría interesante, en la búsqueda
de nuestra felicidad, los seres humanos, “nos usamos” mutuamente, pero no
siempre lo queremos admitir (no nos gusta “ser usado”, pero tampoco queremos
admitir que estamos usando al otro)
Otra de las
razones por la que acabamos “defraudados” es porque confundimos nuestros
sentimientos, la más de las veces confundimos atracción, pasión o admiración con
AMOR hacia el otro y es lo que, casi siempre, nos lleva a entregarnos de lleno
a construir nuestra felicidad sobre la base de sentimientos confusos.
Casi siempre nos
defraudamos al ver a nuestros hijos mal educados, pero también olvidamos que
hemos delegado su educación a otras personas o, peor aún, a otras “cosas”. Por
ejemplo, a causa de nuestro trabajo, dejamos a nuestros hijos en manos de una
empleada (la empleada nunca le va a educar a nuestros hijos, a lo sumo le
servirá y le cuidará, no más) O, como ya dije, peor aún, reemplazamos nuestros
cuidados, con video juegos, computadoras o teléfonos portables (en estos casos
los hijos se llenarán de “informaciones” torcidas de lo que es la vida)
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