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Antes del séptimo día
Por Alfredo Boccia Paz - galiboc@tigo.com.py
Recorrer la ruta 6, que une Ciudad del Este con Encarnación, es siempre una experiencia inquietante. Paralela a la margen derecha del Paraná, la ruta atraviesa una de las regiones más prósperas del país. En las radios FM se escuchan hegemónicamente programas evangélicos en portugués y música sertaneja. A ambos costados el panorama es uniforme: un inmenso océano de soja que se pierde en el horizonte.
Santa Rita es una ciudad con un ingreso per cápita superior a los 10.000 dólares anuales. El dinero se ve en la profusión de bancos y financieras, en los comercios de venta de semillas y maquinarias agrícolas, en los locales de venta de automóviles. Y allí, a metros del centro urbano, soja hasta en los patios de las casas. Es la soja que hace crecer nuestra economía y nos permite tener esos índices macroeconómicos tan espléndidos. Es la imparable soja que no se detiene en ninguna frontera agrícola y se devora pastos, montes, vacas, otros cultivos, pueblos, tradiciones y familias campesinas.
El aspecto sobrecogedor de esos interminables campos de un verde repetitivo y monótono es la ausencia de gente. Es el detalle humano que falta en el paisaje. Enormes cosechadoras hacen el trabajo de esa gente que abandonó miles de viviendas rurales y vino a engrosar los cinturones de pobreza urbanos.
A los pocos que se quedan tampoco les va bien, con los bosques devastados, sus cultivos destruidos y su salud periódicamente fumigada. "Los que viven rodeados del sojal tienen muchos problemas de depresión", me decía un amigo médico de la zona. "La soja se engulló sus ámbitos de confraternización y diversión". El pujante modelo agroexportador responde a una lógica que prioriza el crecimiento económico sobre la sustentabilidad ambiental. No se reflexiona lo suficiente sobre este hecho. No es lo mismo lograr un crecimiento sostenido que un desarrollo sustentable.
¿Qué pasará de este país cuando todo se haya convertido en una alfombra verde, en un inmenso desierto de soja? Porque su voracidad no tiene límites. Ahora ha hecho metástasis en el Chaco. ¿Qué catástrofes ecológicas nos deparará el futuro? Vaciado el campo y con la propiedad de la tierra cada vez más concentrada, se produce también una erosión del espacio social y cultural. La mano tosca del latifundio dibuja un escenario que empobrece los rasgos identitarios, la historia natural, la ancestral diversidad del mundo rural.
En eso pensaba mientras recorría la ruta 6. ¿La agobiante uniformidad del territorio infiltrará también nuestros saberes colectivos? Desde la radio, un pastor brasileño anunciaba en tono convulso la cercanía del apocalipsis, lo que no ayudaba a mi tranquilidad.
Decidí escuchar música y no pensar. Chitãozinho e Xororó hicieron menos dura mi travesía por el mar de la soja.
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